Vivir en los Estados Unidos

Desde El Otro Lado

La Línea


La frontera entre Tijuana y San Diego siempre me ha fascinado. Siempre ha estado presente en mi vida. Mi padre y mi abuelo la cruzaban a diario para trabajar como obreros, regresando a descansar a su país después de la jornada laboral.

Yo he detestado la frontera, el tener que cruzarla. Y también la he admirado.

Mi madre, cuando yo tenía entre 11 y 13 años, me hacía acompañarla a San Ysidro cada dos semanas, cruzar la frontera para ir de compras. Utilizábamos el transporte público de Tijuana, la línea de autobuses azul y blanco, que nos dejaba del lado oeste del puente México. De allí caminábamos hasta el Mercado 82 en San Ysidro. Ese mercado ya no existe, ahora es una tienda de 99¢. Como se aprecia, las compras no eran de turista, eran el mandado de la quincena. Comprábamos allá lo que era más económico que en los supermercados de Tijuana.

Me fastidiaba el tener que ir al otro lado, me resultaba embarazoso a esa edad ir de compras en autobús con mi mamá, cargando las bolsas del mandado. Siempre bajo la mirada juzgante de los otros chicos, y peor, ¡de las chicas! Quizás esto solo me lo imaginaba, pero era lo que percibía durante aquella edad. A pesar de ello siempre observé la dinámica, lo que sucedía en la frontera, las diferencias de los dos países. En el camino de regreso, aun en San Ysidro, teníamos que cruzar el puente peatonal federal (el cual ya no existe), al final de ese puente había un señor como de 60 años, estadunidense, güero, con el pelo y la barba totalmente blancos. Su apariencia era como la de un Santa Clós vestido de civil. Se ocupaba de solicitar dinero para obras de caridad, creo recordar a San Judas Tadeo en su botecito para recibir las monedas. Hablaba español con un fuerte acento inglés.

Cruzando a México, pasando por las puertas giratorias entrabamos a la zona de los taxis amarillos, quienes siempre nos ofrecían llevarnos. Nos íbamos de largo a esperar el camión “Rancho la Mesa”, el cual siempre tardaba mucho en llegar. Esa zona de autobuses era caótica. Allí siempre había un señor de unos 40 años anunciando las rutas de los buses con voz fuerte. Este tipo era diferente de los otros anunciadores que lo rodeaban. Solía gritar las rutas con un sentido de humor. "Este ya se va", "Este no se queda aquí", "¡Este tiene aire acondicionado, y asientos reclinables!". Esto último era mentira. ¡Y lo otro también! Te subías y esperabas lo que a mí me parecía una eternidad. “Este ya se va". ¡Mentira! Podía leer todo el Kalimán, y el autobús aún seguía allí, esperando por más pasajeros. Con el paso de los años seguí cruzando la frontera, ya por gusto, primero para ir a comprar libros usados en las librerías del centro de San Diego, para ir a conciertos de rock a la Sports Arena. Y después, para regresar a casa.

Han pasado 40 años desde esos recuerdos. Con el correr de los años comencé a notar muchos, muchos cambios en “La Línea”, hasta el punto que los edificios son completamente diferentes ahora. Y los espectaculares que antes estaban en su gran mayoría en inglés, ahora casi todos lo están en español.

Diciembre, 2020

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